Acerca de la dignidad

Crítica de Nomadland (EEUU, 2020) de Chloé Zhao

Al igual que su personaje en Nomadland, Frances McDormand no desmaya. No se conforma con la larga data de extraordinarias actuaciones que lleva a la fecha ni con la aclamación ecuménica que le han otorgado la crítica y los premios. Una vez más, construye un personaje que sobrecoge el corazón. Nomadland es el retrato de miles de personas que están quebradas, pero siguen luchando, pese a los vaivenes económicos a los que estamos sometidos por el capitalismo financiero. Así, en Estados Unidos, el nomadismo, que puede ser un pasatiempo moderno entre los jóvenes de la cultura New Age, es para otros un estilo de vida impuesto por las circunstancias.

Tras el colapso económico mundial del 2008, una ingente cantidad de empresas se vieron obligadas a cerrar en los años posteriores. Fern (Frances McDormand) pierde su empleo en una compañía minera localizada en Empire, Nevada. De hecho, debido a esta catástrofe, todos en el pueblo se quedaron sin trabajo. En consecuencia, Fern, que ya había perdido a su esposo, se queda sin sustento y sin hogar. Casi en el completo abandono, decide partir con una vieja mini van a coger trabajos ocasionales que le permitan sobrevivir y evadir el limosneo a la familia que todavía le queda. Empieza como empacadora de Amazon, luego obtiene un empleo para limpiar baños, de cocinera en un restaurante, entre otros. En ese camino, su vida se conjugará con la de otros que corren la misma suerte.

Lo más bello de Nomadland, y aquí el gran acierto de la directora china Chloé Zhao, son los monólogos de los viajeros que conoce Fern en su largo trayecto. No se trata de romantizar las penurias de los demás, cabe la aclaración, sino del retrato de profunda humanidad que logra de nómadas verdaderos que acompañaron al proyecto del filme. Eso, sumado a una reluciente fotografía y a una eficiente elección de la banda sonora, cimentan un panorama nostálgico que nos remonta al cine de Tarkovski y a esos inolvidables planos de Sergio Leone. Hay un optimismo que persiste entre los nómades y, pese a la bronca que se advierte ante la farsa del «sueño americano», la solidaridad permite la supervivencia entre estos trabajadores precarizados que viajan por todos los Estados Unidos.

Es también un retrato de la fraternidad, que crece en los contextos más difíciles. Siempre ha sido así en la historia de la humanidad, cuando más abajo estás, más ayudas al de tu costado. Porque te sientes en su piel. En Nomandland, el sentimiento de pertenencia que se forma alrededor de estas casas rodantes es conmovedor. Personas que, a pesar de los golpes de la vida, intentan ver el lado positivo del asunto: la desconexión de la sociedad de consumo les permite una conexión cada vez más cercana con la naturaleza que les rodea y con la aspiración humana de autonomía. Sin embargo, queda claro que, si bien el nomadismo puede representar una especie de huida de la modernidad capitalista, también rige bajo los parámetros asfixiantes del sistema.

Sin duda alguna que cabe darle una oportunidad a Nomadland, que seguramente será bien recibida en la presente temporada de premios. Si bien tampoco creemos que Nomadland sea, argumentativamente, la película definitiva sobre las consecuencias de los desastres económicos; es un filme que resulta atractivo por sus virtudes conceptuales. De ese modo, uno de los primeros postulados de la película es que, pese a todas las vicisitudes y las dificultades que nos toque experimentar en la vida, nuestra propia dignidad siempre nos acompañará. Así, en un pasaje especialmente didáctico, la hermana de Fern le ofrece un espacio en su casa, lo que ella rechaza. Su pariente le reprende severamente por preferir el nomadismo a la estabilidad de un hogar, ante lo que Fern le responde «es por esto que no puedo quedarme».

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