Julio Ramón Ribeyro – La tentación del fracaso [Reseña]

Todo diario íntimo surge de un agudo sentimiento de culpa. Todo diario íntimo es también un prodigio de hipocresía. Todo diario íntimo nace de un profundo sentimiento de soledad. Todo diario íntimo es un síntoma de debilidad de carácter. En todo diario íntimo hay un problema capital planteado que jamás se resuelve y cuya no solución es precisamente lo que permite la existencia del diario. Todo diario íntimo se escribe desde la perspectiva temporal de la muerte.»

Dentro de la Generación del 50, Julio Ramón Ribeyro fue, sin lugar a dudas, un escritor único. Su constante apuesta por la cuentística, su estilo simple y carente de artificios y, sobre todo, su característico desarrollo de personajes grises e incomprendidos dentro de la amplia producción literaria que nos legó, lo convirtieron en un autor de culto no solo en el Perú, sino en toda Latinoamérica.

Sin embargo, a pesar de ser considerado por muchos como el mejor cuentista peruano que jamás haya existido, resulta un poco injusto recordarlo como un autor estrictamente ceñido a la cuentística e imposibilitado de destacar en modalidades expresivas ubicadas al margen de esta. Y no me refiero necesariamente a la novela, en la que, dicho sea de paso, dejó obras notorias como Crónica de San Gabriel o Los geniecillos dominicales; sino a géneros poco practicados y, sobre todo, infravalorados como el diario.

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Resulta curioso el poco interés que este género ha despertado en la prosa peruana. Estudiosos como Sergio Ramírez (2000) han advertido que la poca producción que se puede encontrar en el Perú al respecto es lo escrito por José García Calderón y Alberto Jochamowitz (ambas obras redactadas en francés) y por José María Arguedas, quien legó una suerte de diario conformado por cuatro textos que resumían algunas etapas de su vida. Sin embargo, siendo justos, la incursión de Ribeyro en los diarios íntimos goza de un estatus con el que no cuentan los autores anteriormente mencionados:

el acendrado rigor en el diseño o plan de una obra que en un principio parece irse haciendo de manera asaz espontánea, pero en la cual se manifiestan rápidamente un gusto y un conocimiento que otorgan al autor de La tentación del fracaso un “oficio” de diarista, el sí, inédito.» (Ramírez, 2000).

Un “oficio” cuya génesis puede ubicarse en la adolescencia del Flaco, cuando con catorce o quince años leyó por primera vez el diario del filósofo suizo Henri-Fréderic Amiel. A partir de entonces, el joven limeño se terminaría por convertir en un asiduo lector de este género, engendrando una obstinada inclinación hacia los diarios íntimos en sí mismos. Pues, como el propio Ribeyro lo ha señalado, su afición lo llevó a devorar cuanto diario cayera en sus manos, al margen de los autores: sean estos poetas, músicos, políticos, cortesanas, policías o delincuentes. En ese sentido, no resulta extraño que conforme la escritura se fue tornando en un elemento inherente de su existencia, Julio Ramón se atreviera (¿o cediera?) a incursionar en un género por el que mostraba un interés casi obsesivo.

Una incursión que le tomó casi tres décadas y devino en un proceso tan frustrante como catártico. En La tentación del fracaso, Julio Ramón Ribeyro, a través de una pluma tan introvertida como envolvente, se atrevió a dejar de lado su parquedad tan característica en los cuentos para hablar a profundidad del hombre tras la pluma. Y es justamente esa caracterización humana –plagada de miedos, frustraciones, desencantos y satisfacciones– la que ayuda a empatizar o tal vez solo a entender un poco más al escritor.

Y aunque el español Enrique Vila-Matas, en el prólogo de la última edición del libro, considere que Ribeyro “imaginó” este libro como “una caja de sorpresas” y “un enigma para los críticos”, los textos encontrados en los diarios dan a entender que este “oficio” de diarista contenía fines distintos a los editoriales o, inclusive, los literarios. En más de una oportunidad, la máquina de escribir –y a veces, la pluma y el papel– dejaban de ser simples instrumentos de trabajo y se convertían en una suerte de terapia para el escritor que acostumbraba volar casi a ras del fracaso.

Una práctica que no pudieron erradicar ni las vacilaciones ni las recalcitrantes frustraciones que lo largo de su vida lo atormentaron. Es destacable el hecho que Ribeyro, tras poner en duda en más de una ocasión su talento como escritor, su carrera literaria e, incluso, su propia existencia, volviera constantemente a sus diarios como quien busca encontrar en su pasado algo que lo ayude a resistir en el presente. Quizás por ello, sus diarios no representen solamente un sincero testimonio de su vida, sino también un espejo desde el cual sus más acérrimos lectores pueden encontrarse a sí mismos.

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Creo que no exagero al considerar a La tentación del fracaso como una obra desgarradora, sensible y, sobre todo, inabarcable. Desgarradora, al ser el vivo registro de las frustraciones, caídas y altibajos de Ribeyro; sensible, al permitir conocer de forma directa, sin tapujos, al imperfecto hombre detrás de ese apellido; e inabarcable, al ser un libro que no basta con leer una sola vez en la vida.


Referencias

Ramírez, S. (2000). Primer acercamiento a “La tentación del fracaso” de Julio Ramón Ribeyro. Espéculo. Revista de Estudios Literarios. Universidad Complutense de Madrid. https://webs.ucm.es/info/especulo/numero15/ribeyro.html


Valoración: 4.5/5.0
Ficha técnica
Autor: 
Julio Ramón Ribeyro | Título: La tentación del fracaso
Año de publicación: 
2019 | Editorial: Seix Barral
Número de páginas: 
680


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