COMO ABORDAR DESDE LA DRAMATURGIA EL TEATRO HISTÓRICO

Por Fernando Zabala / Docente y dramaturgo

No soy un apasionado por el teatro histórico, pero a menudo he recibido consultas de mis alumnos sobre cómo escribir o cómo abordar hechos históricos en una obra teatral. Para ello, voy a detallar algunos conceptos que deberíamos tener en cuenta a la hora de concebir nuestro relato.

Primeramente, hay que entender que la investigación en mi obra es esencial, porque este género precisa de cierta recopilación fehaciente y lo más real posible en fechas, lugares, personas, acontecimientos, etc. Saber archivar o acopiar cada elemento en el que trabajemos es indispensable para nuestra obra, ser auténticos arqueólogos de nuestra historia.

Pero la investigación es solo una parte del trabajo que hago como archivador de datos fidedignos. La información que yo tengo sobre el hecho o el suceso histórico, es importante a la hora de ordenar y estructurar mi relato. Porque no debemos olvidar que todo el material que nosotros almacenemos en nuestra bitácora de acopio, ante todo, debe estructurarse en un texto teatral.

Pero vamos de a poco. Primero pensemos en los personajes de mi obra. Lo que puedo hacer es crear personajes que hayan existido o bien crear personajes de ficción. En ambos casos es importante hacer una ardua investigación para que sus diferentes características sean verosímiles y estén en concordancia con la época en la que viven o vivieron.

Lo ideal es realizar un trabajo de campo y empezar a investigar sobre la idiosincrasia de los personajes, (costumbres, la manera de vivir de la gente, los nombres y apellidos de la época, el significado de determinadas palabras, el léxico que se utilizaba, las normas y reglas que regían en la época, la organización política y social, la manera que tenía de influir la religión en la sociedad, las supersticiones e ideales, etc.)

Todo autor que quiera crear personajes históricos, tiene que saber que esos personajes deben ser interesantes y. por sobre todo, reales. En ese caso, el espectador debe sentir que está en ese espacio-tiempo que hemos elegido para contar la historia, no solo a través de las atmosferas que pueda tener mi obra, sino fundamentalmente, a través de la dinámica que tengan esos personajes a la hora de interactuar, de sentir y de pensar.

También es importante y no es para nada menor, el lenguaje que puedan tener los personajes en la obra. Lo que no significa que deba ser un lenguaje alambico o retórico, al contrario, puede ser un lenguaje elaborado, pero sin olvidar que ese lenguaje no tiene que caer en los remolinos narrativos que sí puede proponer la novela histórica.  Por lo tanto, el lenguaje es un campo que debe ser el coloquial de la época, teniendo en cuenta que no tiene por qué estar estructurado o responder a ciertos vicios del pasado, por el contrario, puede ser un lenguaje poético, colorido, bello y hasta lunfardista.

Es primordial entender que los diálogos no deben ser monótonos ni estar plagados de fechas y estadísticas, eso datos lo podemos dejar para una tesis documental, pero no es materia orgánica para el teatro que emprendemos. Ante todo, debemos entender que lo que estamos escribiendo es teatro y no una mera enciclopedia informativa.

Lo ideal es escribir diálogos blandos y dinámicos, para ello se pueden utilizar de vez en cuando frases o palabras seleccionadas para añadirles un toque antiguo a los parlamentos, esta composición de lenguaje se debe hacer sin caer en una catarata de palabras y frases ambiguas. Lo importante es que las palabras que estén en boca de los personajes, le den un sentido vivo y teatralista a la obra.

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Es importante saber también, que en la obra pueden haber palabras inventadas por el autor, palabras cuyo significado no estén en ningún diccionario o glosario, o, incluso, entremezclar palabras inventadas con la jerga de la época. Todo lenguaje que se combine y fusione diferentes elementos del discurso, le dará cierta rareza y una mejor tonalidad al texto que se escriba.

A la hora de pensar personajes históricos, debo pensarlos por afuera del mito, es decir, pensar en la manera de humanizarlos y romper el molde que se les ha añadido. Presentar a los personajes lo más humanamente posible, hará que el espectador pueda rechazar o identificarse con ellos con más facilidad, al margen del hecho histórico que contemos.

Para desacantonar a los personajes históricos, debo tener en cuenta que puedo trazar una suerte de línea cronológica, inventándoles un pasado, un presente y tal vez, un posible futuro. Debo ver que rasgos sociales, psicológicos y físicos pueden tener estos personajes a la hora de abrirse dramáticamente. Es importante leer que les pasó en su vida para dar cuenta de porque actúan de una manera determinada. Por ejemplo, si mi protagonista fue violado o maltratado, seguramente, este tenga algún tipo de rechazo social. Hay que entender que los personajes históricos, ante todo, son humanos.

Pero también, cuando hablamos de teatro histórico, tenemos que hacer referencia al escenario en donde se sitúan los hechos, en donde se paran nuestros protagonistas para entrar en escena. Me refiero al tiempo y al lugar donde se instala la acción. Escribir teatro histórico, es saber introducir al espectador en un lapso estacionario, en donde han ido sucediendo determinadas circunstancias políticas o sociales, y yo, autor, debo sumergir al público en ese emblemático y mítico espacio-tiempo. Para que esto sea efectivo, el autor debe trabajar sobre el escenario de su obra desde los primeros parlamentos y luego, continuar trabajando en ese sentido a lo largo de toda la obra.

Ahora bien, ¿de qué hablamos cuándo nos referimos al escenario de la historia? El escenario está constituido por la ambientación, por el clima que tiene la obra. Esa ambientación es fundamental, porque nos tiene que dar las características referenciales para que podamos comprender en qué época histórica nos encontramos y dónde.

No es subjetivo para nada, enfocarse en cuestiones periféricas de la historia. Por ejemplo, en los muebles, el vestuario, la alimentación, las bebidas, la arquitectura, los medios de transporte, etc. Pero también debemos sumergirnos en los aspectos más sensoriales como los sonidos, los colores, los olores, el tacto, los sabores. Esos elementos que solo los podemos encontrar en aquella primera imagen concebida, cuando empezamos a registrar las anotaciones de la obra. La sensorialidad en toda obra teatral, es sensación vivida para los personajes, pero por, sobre todo, es sensación vivida para el espectador.

Ahora bien, una vez que está plasmado el escenario de nuestra historia. Tenemos que empezar a darle forma y sentido al argumento, ese cuentito oculto que escribimos en las primeras bitácoras bocetadas, es el que nosotros empezaremos a estructurar en escenas, actos y unidades.

Aunque los temas de mi obra sean universales, tenemos que pensar que pueden escribirse a través de distintos puntos de vista con respecto al contexto y a la época. Yo puedo versionar la historia que cuento si quisiera, o bien, remitirme lo más puntillosamente posible a los hechos tal cual sucedieron. Pero al margen de las libertades que el autor pueda tomarse, deben ser interpretados de forma coherente con el contexto histórico y cultural que hemos escogido en nuestra historia.

Por ejemplo, podríamos empezar por preguntarnos: ¿Cómo se vivía el amor en ese pasado? ¿Cómo se vivían los pleitos o las peleas y discusiones? Todas estas son preguntas y cuestionamientos que el autor debe hacerse y que ayudaran enormemente a que se enfoque en el contexto histórico en el que sucede la obra, teniendo en cuenta, que no solo nos abocamos a una investigación documentada, sino más bien, la lupa debe estar puesta en las diferentes conductas de nuestros personajes.

Pero pensemos en lo que atraviesan estos personajes. Un personaje, según la época en la que viva, se enfrenta a diferentes situaciones con respecto al contexto en donde está. Por lo tanto, es importante aplicar este mismo concepto en la composición de los sujetos y su respectiva evolución en la historia.

El conflicto de mi obra debe ser atrapante y por, sobre todo, debe tener un amplio sentido en el contexto histórico de mi relato, ese conflicto que yo escoja, debe tener la importancia de lo que haya transcurrido en el pasado y de lo que pueda llegar a suceder o no.

Es necesario entender que el conflicto puede ser permanente o puede agrietarse en digresiones a lo largo de la obra, pero todo dependerá del modo de contar nuestra historia y del crecimiento dramático de nuestros protagonistas. Lo importante es saber que el conflicto en una obra histórica, se constituye de datos informativos y, otra buena parte, de la invención de cada autor.

Por todo ello, insisto en recordar, que el teatro histórico, también se vale de hechos humanos. El teatro no es otra cosa, más que un mar de hombres en una pequeñísima ola en la tempestad.

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