En una reseña escrita hace ya poco más de cuatro años, califiqué a La tentación del fracaso de Julio Ramón Ribeyro como “una obra desgarradora, sensible y, sobre todo, inabarcable”. Desgarradora, pues en esta el escritor peruano registra con precisión casi quirúrgica sus frustraciones, fracasos y depresiones; sensible, al presentarse como un retrato íntimo y crudo de la persona detrás de la pluma; e inabarcable, al ser un libro que no basta con leer una sola vez en la vida.
Aunque al volver a lo redactado aquel 2021, debo reconocer que mis comentarios parecen no hacerle justicia a una de sus obras más destacadas. No obstante, reformular o intentar mejorar dicha reseña no tendría sentido. Curiosamente, esta se ha convertido en un testimonio de aquellas primeras impresiones que un libro como La tentación del fracaso dejo en mí.
En ese sentido, este artículo no pretende desarrollar un nuevo enfoque de análisis o algún detallado estudio acerca de los elementos subyacentes del citado trabajo. En un intento por desglosar lo inabarcable de esta obra, en las siguientes publicaciones se presenta una selección de entradas de los diarios de Ribeyro que, a criterio del suscrito, pueden guardar cierta relevancia o resultar de utilidad para el lector interesado. Evidentemente, como toda recopilación, esta no se encuentra exenta de subjetividades, las cuales espero sean comprendidas.
Ahora bien, debido al gran número de citas que, en los últimos meses, he ido compilando, considero que, quizás, resulte necesario dividir la selección de entradas en distintas publicaciones, organizadas según el momento en que fueron escritas. Sin más, espero que el texto pueda despertar en el lector un renovado interés en la lectura de Julio Ramón Ribeyro.
Primer diario limeño (1950 – 1952)
1950
11 de abril
Se ha reabierto el año universitario y nunca me he hallado más desanimado y más escéptico respecto a mi carrera. Tengo unas ganas enormes de abandonarlo todo, de perderlo todo. Ser abogado, ¿para qué? No tengo dotes de jurista, soy falto de iniciativa, no sé discutir y sufro de una ausencia absoluta de “verbe”.
3 de junio
¿Por qué estaré hoy tan decepcionado? Sin dinero, sin éxitos, sin amores, mis días van cayendo como las hojas secas de un árbol. Rodeado de oscuridad, de cenizas. Hoy me siento incapaz de todo. Una pereza moral irresistible. Solo ansío viajar. Cambiar de panorama. Irme donde nadie me conozca. Aquí yo soy definitivamente como han querido que sea. Conforme me aleje irán cayendo mis vestiduras, mis etiquetas y quedaré limpio, desnudo, para empezar a ser distinto, como yo quisiera ser. Pero ¿a dónde ir? Si llevo dentro de mí el germen de todo mi destino, ¿para qué hacer rodar por todos los paisajes, como un circo ambulante, el espectáculo de mi vida equivocada?
17 de agosto
Estoy inferiormente dotado para la lucha por la existencia. Estos quince días de trabajo en la Casa F. me han aniquilado. El piso frío de la oficina me produjo un resfrío del cual hasta hoy quedan los resabios, y las caminatas hacia las escribanías han hecho recrudecer una antigua almorrana. No puedo pasearme, ni echarme a dormir, ni comer lo que me agrada. Flaco, demacrado, irascible, estos días me han parecido horribles. Y me han revelado que para la actividad y las cosas prácticas soy hombre perdido. Con una naturaleza enfermiza, yo debía moverme lo menos posible y resignarme a alcanzar prestigio en pequeñas cosas espirituales que pueda hacer con paciencia y gusto, tranquilamente instalado en mi hogar, sin derroche de energías. Si entrara a competir con los demás en la arena del gran mundo no dudo que sería vencido. Debo buscar mi terreno. Sé que en la literatura, la filosofía, la crítica, podría hacer algo… pero nunca como ahora tengo la evidencia de que me va a ser imposible regresar.
5 de diciembre
He releído un poco de mi diario. Hay en él diez páginas bien escritas que justifican tal vez la locura de haberlo comenzado. Todo el resto es una colección de hechos nimios, pésimamente redactados, donde la insipidez de mi vida está pintada con la elocuencia de un picapedrero.
1951
12 de febrero
Estoy decidido a liquidar de una vez por todas este diario. No puedo escribir una página más en él. Ha sido una ocupación inútil. Basura, como todo lo que he escrito fuera de él. No me ha de servir a mí ni ha de servir a nadie. Más tarde lo reduciré a cenizas. ¿Por qué estaré tan desalentado? La estúpida oficina tiene la culpa. Está visto que jamás podré apartarme de sus tediosos compartimientos. No veo las horas de recibirme de abogado y fundar en mi bufete un pequeño reino liberal. ¿Podré hacerlo? ¡Quién sabe! La única libertad que existe es la del dinero. Quien más tiene depende menos de los demás y quien tiene todo no depende de nadie.
27 de febrero
Camilo… ¿quién es Camilo? Camilo está aquí sentado, silbando. Camilo es un hombre como todos nosotros y sin embargo distinto a todos nosotros. Lo han botado de su casa por insolente, por corrompido, por ocioso y nosotros (mi hermano y yo), que nos gusta coleccionar tipos raros y rodearnos de saldos de la especie humana, le hemos brindado albergue en nuestro dormitorio, primero a escondidas, ahora abiertamente. Es como de la familia. Canta, enciende el radio, usa el baño y duerme en un colchón hasta la hora que le da la gana… ¡y tiene un diente! Mejor dicho, un apetito, porque los dientes los perdió de un culatazo. Camilo está frente a mí, con sus veintidós años bien corridos, por aquí, por allá, gitaneando, aprovechando. En la montaña, en los centros mineros, en los desiertos de la costa, ha paseado su figura de vagabundo y de bohemio. ¿Ahora? Ahora está sin trabajo, ahora no quiere trabajar. Con él compartimos nuestros cigarros, nuestras botellas de cerveza, nuestros cinemas. Y él nos ha devuelto únicamente su buen humor y su cordialidad. Camilo, a pesar de su incultura, es digno de admiración, porque como los personajes de la picaresca posee esa sabiduría de la vida, consistente en haber aprendido mucho en pocos años sin haber estudiado.
19 de octubre
Cuando uno se ha acostumbrado al diálogo interior, es doloroso interrumpirlo. Después de algunos meses de silencio vuelvo a tomar la pluma para escribir este diario, sintiéndome algo desmoralizado y hasta cierto punto culpable. Desmoralizado, porque a pesar de haber tomado la decisión de seguir estudiando seriamente Derecho, vacilo sobre la validez de esta decisión. Culpable, por haber abandonado este cuaderno a expensas de mi poca fortuna en la arena de los fuertes. Debo esperar, sin embargo, mantener a la expectativa y ponerme en las manos de la sola casualidad.
1952
4 de julio
Estoy en un estado de sobreexcitación espantosa que podría conducirme a cualquier locura. Será la proximidad de mi viaje a España con una beca para periodismo, el examen de Derecho que tengo que dar mañana, la charla que tengo ofrecida sobre Kafka o el estómago que me fastidia, no lo sé. En el fondo, me parece que es la súbita conciencia que he tomado de mi responsabilidad. En el círculo de Puccinelli muchos esperan de mí más de lo que mismo me puedo exigir.
2 comentarios sobre “Releyendo a Ribeyro – La tentación del fracaso [Entrega I: Primer diario limeño (1950-1952)]”