Diario madrileño (1955)
2 de febrero
Al fin he podido pasar a máquina todos mis cuentos con vistas a su próxima edición en Lima. Al ver reunidas las cien impecables hojas he tomado conciencia de la magnitud de mi trabajo. Creo que es una buena colección. Constantemente me lo digo para no dejarme invadir por la nostalgia de París, de C., de mis antiguos amigos y para no sufrir un colapso en este Madrid tan extraño al de otra época, en el cual vivo encerrado, enfermo y pobre.
Ahora, además, me siento desligado de una etapa literaria: la del cuentista. Por el momento no pienso escribir más cuentos, por lo menos no tengo ninguno en mente. Me seduce la idea de la novela, pero ¿cómo escribirla? Creo que Escobar tiene razón cuando dice que no debo hacer solo la novela de Lima sino la novela de la clase media, del mundo pequeñoburgués.
Esto hacía tiempo que lo tenía yo pensado y las pocas cuartillas que llevo escritas están encaminada en ese sentido. El peligro, sin embargo, es que ellas se están desarrollando por las vías de la autobiografía. No puedo eludir, como sí lo consigo en el cuento, mis propias experiencias. De este modo solo podré escribir un vasto cuadro evocativo donde yo sería el centro y los demás la decoración. No me desagrada pintarme a mí mismo, pero me parece injusto y hasta trivial. Debo abordar problemas más generales, para lo cual necesito rebasar mi propia vida. Esto es lo que no puedo conseguir. Solo podría tocar un tema colectivo a través de una figura individual si yo me considerara un arquetipo de la clase burguesa. Pero mi experiencia europea me ha desarraigado y me ha dejado en la situación flotante del estudiante becado o pobre, sin una ubicación social precisa. En París he alternado la época de señorito con la del obrero. Hay una contradicción insalvable que no sé cómo solucionar.
17 de marzo
La carta que he recibido hoy de mi hermana Josefina anunciándome que el 9 de este mes contrajo matrimonio me ha producido una invencible melancolía. En ello veo un indicio de la desintegración de mi hogar. Mis dos hermanas casadas, yo ausente, mi padre muerto, solo quedan en casa mi madre y mi hermano mayor. Imagino las angustiosas veladas que debe pasar mi madre cuando -mi hermano en la calle- se encuentre sola en esa casa que hace algunos años estaba siempre alegre, bulliciosa y concurrida.
29 de abril
Desde el punto de vista del trabajo humano toda obra de arte es una excepción a la ley del menor esfuerzo.
3 de junio
Marañón en su libro sobre Amiel afirma que existe cierta incompatibilidad entre los diarios íntimos y la vida matrimonial. Hace algún tiempo había yo formulado la misma observación. Marañón cita en su apoyo el caso de Tolstoi, quien redactaba dos diarios: uno que conocía y que copiaba su mujer y el otro, el verdadero, que escondía en sus botas. Esto me invita a reflexionar nuevamente sobre el tema de la intimidad. La incompatibilidad aludida tendría una explicación interesante: el amor correspondido implica la destrucción de la intimidad. En otras palabras: entre los amantes se produce una fusión de intimidades. En estas condiciones sería imposible llevar un diario íntimo, salvo que, extinguido el amor, es decir, separadas las intimidades, el “diarista” recupere la propiedad de su yo y sus secretos. (Una mala noticia me impide todo ejercicio mental: la patrona toca la puerta y dice que me denunciará a la comisaría si no le pago las 2.000 pesetas que le debo por el cuarto.
5 de julio
El gran secreto de mi fuerza moral reside en haber sabido sobrellevar, hasta el momento, con paciencia mi amargura.
La primera entrega de Releyendo a Ribeyro puede encontrarse en el siguiente link. La segunda entrega, en este.