Releyendo a Ribeyro – La tentación del fracaso [Entrega IV: Segundo diario parisino (1955)]

Segundo diario parisino (1955)

20 de agosto

Lamento no haber llevado este cuaderno a Varsovia. Podría haber consignado algunos datos interesantes. A los siete días de haber dejado esa ciudad mis impresiones se desvanecen. Me queda solo la nostalgia de un mundo dinámico, entusiasta, que se reconstruye y se consolida. Un mundo diferente al mío, respetable y digno de ser querido. Desde aquella perspectiva, Occidente parece pequeño, senil y estridente. Ahora nuevamente en este maravilloso reducto del individualismo que es París encuentro mi centro de gravedad y veo las cosas de otra manera. La Cortina de Hierro no es sino la frontera ideal donde se estrellan dos ideologías, dos concepciones del mundo, dos maneras de vivir y de ser. Me sería difícil precisar por qué elegiría -en un caso extremo- este lado del mundo y no el otro. Quizás por inercia, por costumbre o por incapacidad para participar en las grandes tareas colectivas. Yo me siento mejor donde se me exige un mínimo de esfuerzo y de responsabilidad. Cobardía, egoísmo, ociosidad.

11 de setiembre (1 de la mañana)

He renunciado a proseguir mi novela. Su bello título El amor, el desorden y el sueño es todo lo que perdurará de este inmenso naufragio. Tal vez quede flotando aquí y allá una que otra escena bien construida, que archivaré para aprovecharla en su oportunidad. La única conclusión que he sacado de esta experiencia es que debo mantenerme aún dentro de los límites del relato corto. Una novela es para mí, en las actuales circunstancias, una tarea superior a mis fuerzas. Tiene razón Roland Barthes cuando sostiene que una novela es «una forma de muerte» porque «convierte la vida en destino». En otras palabras, si yo pretendo escribir una novela inspirándome en mis experiencias debo darles a éstas una coherencia, una dirección y un sentido que las vuelvan inteligibles y fijarles un límite que constituya un desenlace. Ambas cosas son en mi caso imposibles, no solamente porque me siento incapaz de encontrarle a mi vida una significación sino porque sería arbitrario señalarle un término.

30 de setiembre

Relectura de las últimas páginas de este diario. Creo haber encontrado la razón intrínseca de los diarios íntimos: tenerse a sí mismo por interlocutor.

31 de octubre

-Ayer se cumplió un año de la partida de C.

-Cada día tengo mayores razones para pensar que el secreto de mi desenvolvimiento, de mi éxito, reside en mi cantidad de horas de pensamiento, como para los aviadores en su cantidad de horas de vuelo. Lo cierto es, sin embargo, que el pensar no es la actitud natural de mi espíritu. Por lo general mi inteligencia sufre permanentemente como un estado de congelación y solo al influjo de una incitación demasiado fuerte se produce el comienzo del deshielo. El acto de escribir, por otra parte, no solo paraliza sino que a veces deforma mi pensamiento. El otro día Víctor Li me preguntó si yo escribía como hablaba, a lo que yo respondí que no solo no escribía como hablaba sino que no escribía como pensaba. Reflexionando sobre esta respuesta veo que encierra algo más que una paradoja. La escritura posee una lógica rigurosa, funciona de acuerdo con un mecanismo propio, que una vez puesto en marcha expone a uno a decir cualquier cosa. El pensamiento actúa como un órgano de enlace entre los estados de conciencia y la escritura. Su misión es ordenar los materiales de nuestra vida interior y librarlos a la arbitrariedad de la escritura.

-Analizar el carácter español desde esta perspectiva: ausencia del necesario componente de duda. Pueblo de creyentes o de ateos. Es imposible hacerlos cambiar una opinión errada mediante un razonamiento. La verdad para ellos no viene desde fuera sino desde dentro: por un fenómeno de iluminación interior.


 

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