Releyendo a Ribeyro – La tentación del fracaso [Entrega V: diario muniquense (1955-1956)]

Diario muniquense (1955-1956)

1955

11 de noviembre

Este año que termina ha sido para mí, desde el punto de vista literario, un año de infecundidad. Aparte de mis artículos sobre diarios íntimos y Thomas Mann, aparte de las cien páginas de mi novela[1], no he escrito nada que valga la pena. El año pasado en cambio dejé expedito para la imprenta mi volumen de cuentos Los gallinazos sin plumas. Esta infecundidad me hace afrontar con desconfianza mi destino literario. Debo ahora plantearme esa pregunta que siempre he temido porque me parece que en su formulación existe ya el reconocimiento implícito de un fracaso: ¿Seré yo más bien un crítico? ¿Se estará operando en mi conciencia o se habrá ya operado subterráneamente el tránsito del poeta al analista? La crítica ejerce sobre mí una atracción vertiginosa. Mis lecturas han estado este año casi íntegramente consagradas a ensayos y teoría literaria -Curtius, Kayser, Thibaudet, Du Bos, Grammont, Barthes, Van Tieghem, Vossler, Croce, etc.- y gran parte de mis escasas horas de pensamiento han estado destinadas a rumiar algunos de los grandes temas de la crítica: géneros, generaciones, poética, lenguaje, estructura de la novela, etc. Los síntomas son pues inequívocos y no debo seguir el ejemplo del avestruz. Confieso sin embargo que esta constatación me lastima en mi vanidad, hiere mortalmente una parte querida de mi ilusión. El meollo del asunto reside en que un crítico está expuesto siempre a ser contradicho o superado. La obra crítica se juzga por su coeficiente de verdad. La escala verdad-error en cambio no se aplica jamás a los creadores. Los creadores jamás se equivocan. Ellos solamente fracasan. Ser un mal creador sería para mí mucho más estimable que ser un buen crítico. El dilema sigue en pie y soy yo solamente quien debe resolverlo.

29 de noviembre

El camino más corto para llegar a la santidad es el de la corrupción.

12 de diciembre

Me sería imposible explicar la impresión que me ha producido mi libro Los gallinazos sin plumas, cuyo primer ejemplar he recibido esta mañana. Lo he leído, lo he releído, lo he hojeado y examinado por todas partes. Mi opinión ha oscilado entre el entusiasmo más ardiente y la decepción más desgarradora. Por momentos he arrojado el libro con amargura, para cogerlo luego y al reconocer una frase o una escena preferidas reconciliarme con él. Ahora mismo, estando ya sereno, no puedo emitir un juicio y creo que tardaré mucho en poder hacerlo. El libro está aún demasiado presente en mí para poder mirarlo como algo diferente. Necesito la acción despersonalizadora del tiempo, la cuota de olvido que permita leerlo con ojos inocentes.

1956

17 de abril

Cuando confronto mi vida cotidiana –lecturas, meditaciones, páginas de crítica, líneas añadidas a mi novela– con la vida real, con lo que sucede fuera de mi ventana, con lo que sucede implacablemente cerca y lejos de mí, no puedo evitar un sentimiento de angustia, de pesar, de (palabra horrible) descorazonamiento. Me siento inútil, incomunicado, una especie de larva viviendo artificialmente bajo una campana neumática. Mi madre me escribe contándome su convalecencia, la enfermedad de mi hermano, la desesperación de estar los dos en cama, sin poder prestarse auxilio, con las letras de cambio que se vencen, la vergüenza de pedir préstamos… Todo eso es horrible. Por momentos me provoca acabar con esta farsa de intelectual y regresar a casa para levantar con mi trabajo un hogar que se arruina. ¿Por qué no podré hacerlo? Respondo: por fidelidad a mi vocación. Tal vez esto no sea más que una miserable argucia.

11 de mayo

La ventaja de no tener opiniones es que uno jamás se repite. He observado que yo no puedo frecuentar mucho a las personas de opiniones formadas, pues son terriblemente aburridas. La conversación gira siempre sobre los mismos temas y las respuestas ya las conozco de antemano.

Yo rara vez digo dos veces la misma cosa del mismo asunto, pues para mí todos los temas son una sorpresa y me obligan a improvisar.

-La única ventaja de la gloria es que hace soportable la vejez.

-Uno de los caracteres esenciales de mi temperamento es la avidez, la vehemencia, la voracidad. Me fumo en la mañana los cigarrillos de todo el día, antes de que el patrón se retire del cuarto ya me he engullido todo el plato de sopa. Lo mismo sucede con la lectura: en tres días he devorado los cuatro tomos del diario de Stendhal, de modo que mañana domingo moriré de aburrimiento. Previsión, economía, método, son palabras que no tienen sentido para mí. Jamás he podido distribuir mis bienes en proporción a mis necesidades. Mis apetitos no tienen otro límite que la fatiga y no se extinguen sino con el abuso. Cuando bebo es para emborracharme, cuando hago el amor hasta quedarme dormido, cuando leo hasta que mis ojos inflamados no distinguen las letras.

26 de mayo

Días agitados. Visita de Paul Schneidewind y de mi tío Carlos Ferreyros, ambos procedentes de París, por diferentes rutas y motivos. Obsequios, agasajos, atenciones. Holgura económica.

-Fuera de los términos medios perezco. La abundancia me resulta tan perniciosa como la necesidad. Repleta mi despensa, sepultado bajo paquetes de cigarrillos, con cientos de marcos en los bolsillos, me siento tan inquieto, tan desesperado y tan inútil como en las etapas de peor miseria. Leo a Sartre.

Julio

Continúan las jornadas extenuantes de natación. ¿A dónde me conducirá esto? La única ventaja que he obtenido hasta el momento es la desaparición del insomnio. Duermo de un tirón, como en París en la época del ramassage. La contrapartida es la falta de vida interior. En mí siempre la reflexión ha estado unida a un estado de salud precario, a la falta de sueño, a ese exceso de energía no empleada que ahora la natación acapara y destruye. El culto del sol, del aire, del nudismo no conviene evidentemente a mis designios. El espíritu celoso de las prerrogativas concedidas al cuerpo ha decidido callarse.

-El gran error de la democracia consiste en creer que la desigualdad de los hombres proviene de su falta de libertad, cuando el fenómeno es precisamente el inverso.

12 de julio

La propuesta que he recibido de Paul Schneidewind para pasar diez meses en Amberes, en la fábrica Gevaert, aprendiendo todo lo relativo a la fotografía, me ha desconcertado. Ello trastorna toda mi vida. A mi regreso al Perú tendría un trabajo, un sueldo, un porvenir. Su firma me ofrece pagarme el pasaje de regreso. Todo esto es inverosímil. Otra persona que yo estaría contenta. Pero…

  1. Ello significa el abandono provisional de la literatura como yo la concibo –lectura de libros, aprendizaje de cuestiones de técnica literaria, escritura–, es decir, de todo aquello que no da dinero, que carece de aplicación, que nunca se termina de aprender, pero que desde hace cinco años constituye el centro de mi vida.
  2. ¿No es un poco triste regresar al Perú, luego de cinco años de ausencia, para ocupar un lucrativo cargo de perito en fotografía, cuando algunos parientes o amigos esperan, tal vez, verme investido de alguna dignidad universitaria?

[1] El amor, el desorden y el sueño.

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