Releyendo a Ribeyro – La tentación del fracaso [Entrega VI: tercer diario parisino (1956-1957)]

Tercer diario parisino (1956 – 1957)

1956

7 de octubre

Fatigado por mis dos jornadas de trabajo en la Gare de Payol. Ocho horas diarias llevando bultos de un lugar a otro en una extraña carretilla que los franceses llaman diable. Si no fuera por el buen humor de mis camaradas no soportaría este trabajo. Ayer salí de la Gare con dos horas de anticipación, pues estaba a punto de desplomarme de cansancio. Le decía a Eduardo Gutiérrez que lo que más me molesta en este trabajo no es solo el esfuerzo muscular que exige sino la calificación social y moral que implica. Haber estudiado doce años de colegio, siete de universidad en Lima, uno en la Sorbona, uno en Múnich, 21 años de lecturas para terminar haciendo el trabajo de un cargador analfabeto.

10 de octubre

El agotamiento físico reduce la vida intelectiva, suprime en el hombre toda capacidad para elaborar ideas abstractas. Esta constatación la he hecho durante la pausa que nos dan a mediodía para almorzar. Mis compañeros y yo comemos en silencio, como los demás obreros, o cambiamos monosílabos sobre el tiempo, el trabajo, el deporte, el vino. Ninguna posibilidad, ningún deseo de entablar una conversación interesante. Cualquier intento por remontarse un poco es vano. Se recae constantemente en lo banal. En otras circunstancias una sobremesa era entre nosotros la apertura de un debate filosófico. Ahora, agotados por el esfuerzo, diríase que damos licencia a nuestro espíritu, y vivimos solamente en un mundo de sensaciones y de reflejos.

3 de noviembre

Nuevamente sin dinero. He tenido que vender algunos libros valiosos, entre ellos mi edición de La Chartreuse de Parme. Discusiones con el patrón del hotel. Perspectivas inciertas. Deseo y al mismo tiempo me repugna el probable viaje a Amberes. Será la única solución.

7 de noviembre

Empezó la migración por los hoteles del quartier. Ahora estoy en el Modern. Mañana, ¿dónde estaré? Conozco esta vida ambulatoria en toda su vergüenza. En el año 1954 hice toda la rue de la Harpe. Allí, en el Hotel de l’Esperance tuve un pequeño cuarto que era una maravilla de insalubridad.

Pensaba nuevamente que hay una extraña desproporción entre el esfuerzo acumulado en tantos años –colegio, universidad, lecturas, escrituras, aprendizaje de lenguas– y las condiciones materiales en las que actualmente vivo. Me parece que merezco un poco más de suerte. Yo solamente pido paz, el tiempo suficiente para escribir, dinero para libros y cigarrillos. Ahora en el jardín de Luxemburgo pasé un día horrible bajo el más hermoso sol de otoño: mi única preocupación era escaparme antes de que llegar la mujer que cobra por el derecho de ocupar una silla. No tenía ni un céntimo en el bolsillo.

¿A quién debo echarle la culpa de todo esto? Todos me parecen inocentes: mi familia que no me envía dinero, el patrón que me echa del hotel, el periódico que no me paga, etc. Si hay algún culpable soy yo, naturalmente. He querido vivir a mi manera, eso es todo. Pertenezco a la categoría de personas que, en nuestra sociedad, se pueden calificar de “improductivas”. Yo no doy ni ofrezco nada, por consiguiente no tengo derecho a recibir nada de nadie. Si fuera un gran artista, un artista vigoroso, haría cosas bellas y múltiples que distribuiría gozoso entre mis semejantes, para que me toleraran a su lado. “Yo he pagado todo con ideas”, decía Valéry. Yo no puedo pagar con una frase ni el precio del pan. Mi pequeña obra carece de curso forzoso. Produzco para mi propio consumo. Soy autárquico desde el punto de vista literario y este grave defecto, este anacronismo, merece un castigo ejemplar.

11 de noviembre (9 de la noche)

Si mañana no ocurre algún milagro, me veré obligado a vender mis libros, es decir, el centenar de volúmenes que desde hace algunos años me acompañan, a través de mil peripecias, y por los que siento un amor que no me atrevo a ni siquiera a describir.

(12 de la noche)

Despierto insomne luego de tres horas de sueño turbulento. Sigo pensando en la manera de evitar la venta de mis libros. Ahora veo que aquello sería un crimen imperdonable, una forma de suicidio espiritual. Voy a malbaratar años de lecturas, de reflexiones, de hallazgos, de notas marginales que solo para mí tienen sentido. Mis libros son mi pan, mi sombra, mi memoria, todo esto y aún más… ¿Dónde me voy a buscar y reconocer? Siento un dolor desgarrador y estoy a punto de echarme a llorar. ¡Cuántas veces me he privado de una comida por comprar un libro! Si ahora vendo mis libros no es para comer sino para pagar a los malditos, a los inhumanos hoteleros de París, porque si no les pago serían capaces de hacerme un daño horrible, de matarme tal vez; en una palabra, de impedirme que alguna vez vuelva a comprar libros.

12 de noviembre

¡Se salvaron mis libros! ¿Hasta cuándo?

16 de noviembre

Reunión con Haya de la Torre en un bar de Saint-Germain. Habló, gesticuló, representó de medianoche hasta las seis de la mañana. Impresión confusa. Por momentos me decía que durante muchos años aquel hombre había sido el más importante del Perú. En la mesa, frente a un vaso de vino tinto, es un hombre ameno, risueño, en apariencia inofensivo, inteligente, culto, improvisador, lleno de anécdotas. Dos o tres rasgos subyugantes. Una gran experiencia de los hombres, de los países, de las culturas. Tono intermedio entre el profesor y el commis voyageur.

En general se mostró un poco reticente acerca de sus proyectos políticos. Parece que no le interesa jugar un rol activo dentro del partido. Su deseo es ir a Lima para el Congreso Aprista de febrero y regresar a Europa luego de organizar sus prosélitos. Aquí vive bien, sin mayores responsabilidades, viajando de un país a otro, rodeado de amigos importantes, como todos los políticos sudamericanos en disponibilidad.

Frente al comunismo se mantiene intransigente. Habla de descomposición, de crisis del marxismo con argumentos impresionantes. Admira la democracia norteamericana y la disciplina alemana. Cierta presunción aristocrática y un racismo subconsciente. En general, parece políticamente liquidado.

24 de noviembre

Una posibilidad, una sospecha, una esperanza.

30 de noviembre

Carta de mi casa conminándome a que regrese a Lima.

4 de diciembre

Por tercera vez consecutiva aplazo mi viaje a la Gare de Payol para reanudar el trabajo. Me despierto con la intención de hacerlo, me visto con entusiasmo, pero al salir a la calle me doy cuenta de que no puedo tomar desayuno, de que no tengo cigarrillos, de que es necesario buscar treinta francos para el metro… en fin, de que la mañana está brumosa y triste. Dando media vuelta regreso a mi habitación y me encierro con la esperanza de poder escribir algo importante. Paso las horas sin hacer nada o escribiendo cartas que no podré despachar. Termino el día agobiado de pereza, de culpa, de una especie de agotamiento moral. Vendo un par de libros en Gilbert y me acuesto con un cigarrillo y un café.

29 de diciembre

Suspendido el diario por falta de lapicero. Hace diez días que vivo en el más profundo desorden de ideas y de sentimientos. Duermo dos o tres veces durante el día. Salgo hacia el atardecer. Veo a Françoise a determinadas horas y luego busco a Carme. Lo curioso es que ninguna de estas dos mujeres me interesa. Puedo decir más bien que me aburren. Estas entrevistas me agotan desde todo punto de vista y me entristecen. Bebo con regularidad, pero sin exceso. Hace cuatro días que tengo media botella de whisky sobre la mesa y no me decido a tocarla. Esto demuestra que no amo la bebida en sí sino la decoración que la rodea: un bar, amigos, música, azares de la noche. Me encuentro, además, en la imposibilidad de realizar un esfuerzo intelectual serio. Cierto tedio por la lectura, terror por la escritura y una resistencia feroz para emitir una opinión. Lo que siento en el fondo es pereza de razonar. No sé qué hacer. Hace tres años que conocí a C., de quien hoy recibí postal amorosa. Crisis de fin de año.

31 de diciembre (2 de la tarde)

Es fácil confundir la indecisión con la importancia. He pasado gran parte de la mañana paseándome de la puerta a la ventana, sobre un espacio de cinco metros cuadrados. Problema: ¿Partir a Londres? ¿Partir hacia Alemania? ¿Quedarse en París? Por todo sitio encuentro buenas y malas razones. En el fondo, toda mi irresolución proviene de una sola causa: que es materialmente imposible no solo quedarme en París sino partir hacia Londres o Alemania. Si tuviera los medios adecuados no habría lugar para la duda. Precisamente porque nada puedo hacer, todo me parece posible.


1957

16 de enero

“La belleza es indivisible; quien la ha poseído enteramente prefiere aniquilarla antes que compartirla” (Goethe, segundo Fausto).

No sé por qué esta frase me ha hecho recordar mi conversación con Jacqueline Weller la otra tarde. Hablábamos del amor y la amistad. Apoyándome en Montaigne, le decía que una de las condiciones de la amistad era la separación periódica de los amigos. La ausencia robustece más la amistad que la presencia. La presencia engendra la saturación, el hastío, a veces la antipatía. Me ha sucedido muchas veces desear que parta un amigo para no perderlo. Es por ello quizás que nunca he querido en París compartir mi habitación, a pesar de las ventajas económicas que ello ofrecía.

-Los amigos desarrollan en nosotros nuestras virtudes potenciales. Una persona sin amigos corre el riesgo de no llegar jamás a conocerse. Cada amigo es un espejo que nos refracta desde un ángulo distinto. Cada amigo crea en nosotros una zona de contacto, un campo propicio al desarrollo de un determinado tipo de amistad. Es por ello que podemos tener dos amigos íntimos que no lleguen jamás a comprenderse entre sí. Perder un amigo significa muchas veces neutralizar un sector de nuestra personalidad (la partida de Perucho significó la muerte de mi lado histriónico). Situación desagradable producida por el encuentro simultáneo con dos amigos, con los cuales tenemos contactos en zonas diferentes de nuestra personalidad. Es necesario comportarse de una manera especial con cada uno de ellos. Si complacemos a uno sorprendemos al otro. Si tratamos de complacer a ambos, nos sorprendemos a nosotros mismos.

15 de febrero

Casi un mes que no llevo este cuaderno. Pensaba ahora que debía abandonar todos mis proyectos de ilustración para dedicarme exclusivamente a hacer fortuna. Bonita aventura. Empezaría por regresar a Lima, vender la casa, abrir algún negocio… Todo esto alegraría mucho a mi madre (su última carta, triste), me reconciliaría con C., despertaría la admiración de mis hermanas y de mis tíos burgueses. Sería la única forma además de prolongar una familia amenazada de extinción por la soltería obstinada de mi hermano y mía. Naturalmente que no haré nada de eso y que perseveraré en la vía que me he trazado, por “no dar mi brazo a torcer”. Soy terco y si me he equivocado de camino debo seguirlo hasta el extravío total.

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