Releyendo a Ribeyro – La tentación del fracaso [Entrega VII: diario antuerpiense (1957)]

Diario antuerpiense (1957)

10 de mayo

La ciencia tiene frente al arte una gran desventaja: que la ciencia es provisional, decir, susceptible de mejora. Ahora nos reímos de las escopetas o de los telares del siglo XVII, pero no nos reímos de su pintura ni de su poesía. Las obras artísticas son, por definición, inmejorables.

La ciencia depende de la técnica en una medida mayor que el arte. Los progresos que se hagan en astronomía o en biología dependerán del perfeccionamiento de los telescopios y de los microscopios. La invención de la máquina de escribir no ha mejorado el estilo de los novelistas.

Origen de la reflexión: luego de haber pasado tres semanas aprendiendo a desarrollar películas, a calcular el tiempo de pose, la duración del baño, la técnica del tiraje y del secado, etc., etc., me muestran un aparato que realiza automáticamente todos esos procesos en un tiempo cien veces menor y un volumen cien veces mayor. Todo lo aprendido se vuelve radicalmente inútil por el solo hecho de una invención.

17 de mayo

Envejecemos cuando nos damos cuenta de que empieza a sobrarnos un poco de pasado. Los recuerdos se acumulan y ya no sabemos qué hacer con ellos. Nuestra memoria parece tener una capacidad limitada. Vencida esta, sobreviene el desorden, el embarazo y lo almacenado asoma a la conciencia.

Precisamente lo que me ha impedido dormir ha sido un exceso de recuerdos. Recuerdos en cadena que comienzan en París y se prologan hasta Lima a través de mil peripecias.

Es maravilloso el mecanismo de la vida interior, ese proceso inagotable e irrepetible de la asociación de ideas. Todo empezó en una caja de cerillas belgas que miré y que me hizo recordar a las cerillas españolas. La caja de cerillas españolas se circundó inmediatamente de multitud de objetos. Vi botellas de coñac, el colegio Guadalupe, antiguos camaradas, mujeres que me importaron y que ahora me parecen personajes de sueños o de lecturas. Luego vino París, el París de mis once estadías, a cuál más diferente, más digna de ser amada; Múnich y mis largos días de anacoretismo forzoso; Varsovia, donde fui no sabré nunca cómo; Londres, con Perucho, con Romualdo, otra época, otro mundo. Todo aquello para terminar en Lima, mirando aquel pequeño calendario donde día a día anotábamos los hechos más importantes. Era una especie de diario público del cual nos servíamos todos, hasta nuestros amigos. Sus pequeñas páginas nos obligaban a ser breves, escribíamos en sentencias, muchas veces en clave o nos servíamos de dibujos para resumir una situación. Cuando murió mi padre en 1946 dibujé un ataúd con cuatro cirios.

23 de mayo

Algún día analizaré con calma los orígenes de mi incapacidad para la vida social. Me gustaría determinar la época exacta en que comienzo a sentirme incómodo entre mis semejantes, a sufrir su presencia como una agresión, a buscar la soledad y el silencio. Si me remonto a los años de mi infancia, descubro aterrado que mi reserva y mi hermetismo son tan antiguos como mi uso de razón. Ya en el colegio, a la edad de ocho años, hui de los grupos, los profesores, los condiscípulos, las mujeres. Recuerdo que cuando regresábamos del colegio por la avenida Pardo yo no veía las horas de llegar a la avenida Espinar porque allí podría separarme del resto de mis camaradas. Mientras todos hablaban y reían yo miraba hacia adelante buscando la pila aquella donde nos despedíamos. ¡Qué alivio cuando faltaban solo cien metros! Mi hermano, en cambio, se comunicaba mejor con los demás muchachos. Yo había delegado tácitamente en él mis derechos en la conversación y en su presencia jamás abría la boca.

Recuerdo también otro incidente curioso cuyas consecuencias fueron gravísimas en la formación de mi carácter. Fue cuando regresé a Lima luego de haber pasado unas largas y extraordinarias vacaciones en el Tulpo. Yo debía tener doce o trece años. La misma tarde de mi llegada me encuentro con un amigo que me pregunta: “¿Y qué tal te ha ido?” Yo no supe qué responderle. Desde aquel día perdí toda confianza en mis condiciones de narrador oral. Creo que nunca en mi vida conté más una historia.

9 de junio

Lo que me impedirá -como hasta el momento me lo ha impedido- aquello que se llama “triunfar en la vida” es el carácter dilemático de mi inteligencia que me propone siempre un mayor número de soluciones que las que los problemas exigen sin esclarecerme sobre cuál es la que debo adoptar (frase irrespirable). Por esta misma razón mis decisiones adolecen de falta de convicción -como que las tomo casi al azar- y las acciones que originan, de falta de tenacidad. La consecuencia final de este defecto no es la inactividad sino la dispersión.

-Escribir es inventar un autor a la medida de nuestro gusto.

14 de junio

Nunca he conocido esos estados de alegría activa que por momentos admiro en mis amigos y por momentos aborrezco. Solamente conozco una alegría contemplativa que no se manifiesta por ningún signo exterior y se confunde más bien con el ensimismamiento. Por eso cuando estoy triste alcanzo una zona fronteriza con el idiotismo. Ahora he deambulado por las calles de Mortsel sin saber cuántas cervezas he bebido y sin guardar memoria del camino: pensaba en cosas terriblemente concretas, como por ejemplo, en que nunca podré formar un hogar porque nadie soportará mi silencio.

14 de julio

A los 28 años uno se vuelve estúpido, mezquino, terriblemente egoísta. Antes de resolverse a la acción piensa en mil detalles insignificantes. Pienso, por ejemplo, que si me casara con Mimí no podría nunca llevarla a un salón. Su timidez, su insociabilidad, no harían más que acentuar las mías. Me acuerdo al respecto de C., su polo opuesto. La noche que ingresó a la recepción que daba Jorge Aransaenz en el Palace Atenea produjo conmoción. Nunca la había visto yo tan bella, tan elegante, tan radicante de simpatía. Yo tuve casi miedo de acercarme a ella y me contenté con observarla de lejos, de ver cómo departía y brindaba con un grupo de diplomáticos. Interiormente estallaba de gozo y me decía: “Es mi mujer, es mi mujer y cuando esta reunión acabe, ella vendrá conmigo y con ningún otro.” C. era una mujer de mucha experiencia, de mucha envergadura y yo me sentí a su lado potencialmente un cornudo. ¿Por qué no me casé con ella cuando me lo propuso? Prometí pedir mis papeles a Lima, cosa que nunca hice…

Mimí no va a los bailes, ni al cine, ni a misa, ni a los paseos, ni a los museos, ni a los espectáculos. No sé qué cosa ama, si no se ama a sí misma. Hace excursiones solitarias en bicicleta. Pasa horas íntegras trepada en un árbol de su casa. Puede permanecer callada. No tiene amigos ni amigas. Cuando está conmigo se contenta con coger mi mano, no me pregunta nada y solo cuando yo la interrogo me habla, de su infancia, de su colegio, de sus gustos y disgustos. El francés que no practica mucho parece limitarla. En alemán se expresa mejor, lo mismo que en inglés, pero solo en holandés puede dar medida de su personalidad. Envidio a sus hermanos que pueden entenderla en esta endemoniada lengua.

20 de julio

Lectura de Proust. Por coincidencia À L’ombre Des Jeunes Filles En Fleurs. Lo que me gusta en Proust –más que su vocabulario, que sus figuras sorprendentes, que su análisis llevado al paroxismo– son sus frases o, en otros términos, la densidad de sus oraciones que no se sabe nunca dónde y cómo van a terminar. En Proust, como en Du Bos, la oración larga que se diversifica y se complica en el curso de su crecimiento -como las ramas de un árbol- es el signo de una inteligencia dinámica, de una ebullición de ideas a las cuales el autor no se resigna a renunciar y de un dominio perfecto de la improvisación.

29 de julio

Sentado frente a mi ventana espero la visita de Mimí y de su madre, quienes hoy regresan de la costa. Afiebrado, sufriendo múltiples e inexplicables dolencias, lo único que me provoca es arroparme en la cama y tratar de encontrar el sueño. Solamente la ansiedad de ver nuevamente a Mimí me mantiene en pie. Su rostro, que creía haber olvidado, va surgiendo pleno de luz en mi memoria. Sufro, sin embargo; desearía casi que no vinieran.

3 de agosto

Me pregunto si mi carrera de escritor habrá ya terminado. En lo que va del año no he escrito absolutamente nada, si exceptuamos este diario. Los primeros meses del año los perdí proyectando y esbozando una colección de pequeñas piezas representables, aconsejado por Hernando Cortés. En Amberes comencé algunos cuentos, que ahora duermen en ese folder devorador de ideas que lleva por título “Cuentos en preparación”. Eso es todo, creo, aparte de cartas, de articulitos para los diarios, de breves notas sobre libros. La verdad es que comienzo a preocuparme.

No es tanto la falta de tiempo, de ideas, ni de entusiasmo. Es una crisis de otro orden y donde veo una influencia hasta cierto punto nefasta de Valéry: la concepción de un estilo geométrico, transparente y precioso, la necesidad de decir cosas inteligentes y decirlas de la única manera como pueden ser dichas. En resumen: el sacrificio de la fuerza a la lucidez. Esta concepción del estilo sería útil en un ensayista, en un filósofo, en un redactor de editoriales, pero en un escritor de mi naturaleza que necesita trabajar con situaciones dramáticas, con personas en movimiento, valdría más un estilo simple y activo, exento de sutilezas, un estilo de narrador. Si Valéry no escribió novelas no fue seguramente por falta de argumento sino por su resistencia a la escritura de todas esas frases banales que constituyen el cuerpo de una narración: “avanzó resueltamente hacia la esquina”, “pidió una cerveza y un paquete de cigarrillos”, etc. Esa es la misma resistencia que cada día se acentúa en mí, de modo que cuando debo narrar un hecho con frases banales renuncio a la narración del hecho por escribir una frase redonda que lo resume. La diferencia: el hecho narrado con frases banales es un cuento. La frase redonda es una frase.

En realidad –tengo casi la evidencia– si alguna vez escribo un libro importante, será un libro de recuerdos, de evocaciones. Este libro lo compondré no solo con los fragmentos de mi vida, sino con los fragmentos de mis estilos y de todas mis imposibilidades literarias. Un libro de memorias –en un grado mucho mayor que la novela– es un verdadero cajón de sastre. En él caben las anécdotas, las reflexiones abstractas, el comentario de los hechos, el análisis de los caracteres, etc. Es un libro, además, sin problemas de composición.

20 de agosto

Nosotros tenemos una personalidad compuesta de lecturas y que pide prestada –cuando escribimos– su ética, sus sentimientos, sus convicciones y su lenguaje, no al hombre cotidiano que la porta, sino a los cientos de personajes confundidos que encierra nuestra memoria.

25 de agosto

Si quisiera recuperar una parte de mi pasado tendría que dejar de fumar algunos días y de pronto, una mañana, antes del desayuno, encender un cigarrillo. La primera bocanada de humo despertaría todas las sensaciones concomitantes que decoraban este acto, en el año 1947. El tabaco penetrando en vías respiratorias aún no usadas por la nicotina es una experiencia asociada a la calle Dos de Mayo, a los eucaliptos, a la universidad, a las mañanas neblinosas de Miraflores. La memoria de los sabores –así como la memoria de los olores y de la música, que Proust ha tan espléndidamente analizado– me son hace mucho tiempo familiares. La taza de té con leche, especialmente, es para mí una fuente inagotable de recuerdos, la única vía que me permite penetrar en el mundo de hace veinte años. Hay además otra forma de memoria que a Proust se le ha escapado: la memoria motriz, especie de condicionamiento entre actos e imágenes. ¿Y qué decir de la memoria de los colores? Hay combinaciones de colores que solo percibimos a grandes intervalos de nuestra vida. Hace unos días, viajando en un tranvía de Bruselas, divisé un aviso de propaganda compuesto de letras ocre sobre un fondo verde marino. La asociación fue instantánea: vi el corredor de losetas de Montero Rosas, donde vivimos el año 35, su complicado arabesco donde se combinaban estos colores. En realidad, nosotros contenemos toda nuestra vida. Todo se halla inscrito en nuestra naturaleza, sea como recuerdo, como gesto, como defecto, como opinión. Nada se ha perdido. Nuestras percepciones más antiguas e insignificantes pueden ser recuperadas por el empleo de un excitante adecuado. Si la conciencia se resiste a esta operación es porque la vida es enemiga de la memoria. Nosotros dejamos de vivir en la medida en que recordamos. Toda evocación es tiempo robado al tiempo.

29 de setiembre

La lectura de Chejov, de sus deliciosos cuentos, ha despertado en mí una vieja veta creadora que creía agotada: la del retrato lineal, vivo, vívido sobre todo, rico en diálogo, exento de frases y de análisis. Este fin de semana he sido invadido por un torrente de ideas que me poseen y me fatigan. Temas para los que no veía solución literaria me han parecido más que nunca fácilmente gobernables. He trazado la lista de una docena de relatos simples y he puesto hoy la primera piedra de un volumen que llevará el título modesto de Cuentos para leer en el ómnibus. No me proponga otra cosa. Lo que en estos últimos meses me ha paralizado es mi obsesión de escribir cuentos de antología. Pero en fin, ya tendré tiempo y ocasión de escribir ese tipo de cuentos. Lo que quiero solamente ahora es desembarazarme de esta docena de argumentos y de pequeños personajes que me hostigan. La tónica del conjunto la daría “El profesor suplente”, relato en el que ahora trabajo.

-Comprobación interesante: hasta qué punto la labor creadora implica la autodestrucción del creador. Escribir es como hacer el amor: una cosa brutal, fatigante, en la cual morimos y renacemos. Luego de escribir una página caigo extenuado en la cama, los ojos ardientes, la náusea del tabaco y la sensación de la consumición física. Y ello es el precio de veinte líneas, ni buenas ni malas, que serán probablemente corregidas o eliminadas, pero en cuya elaboración hemos puesto lo mejor de nosotros mismos.

8 de octubre

Parece en efecto que mi affaire con Mimí recomienza. Sus pasadas bajo mi ventana no han sido inútiles. Ayer abandoné a Leticia en el capítulo XXII de mi novela y descendí a conversar con Mimí. Repetimos un viejo paseo y proyectamos otro, para el sábado. Todo esto ha coincidido con un distanciamiento de la madre. Las leyes que gobiernan este singular triángulo y que constantemente crean y destruyen valores de relación entre las aristas, escapan a mi gobierno.

-Los rusos han lanzado una luna artificial. Los americanos prometen otra. Todos estos satélites artificiales son inoportunos. Ellos volarán sobre la cabeza de los amantes, de los pastores, de los excursionistas solitarios como un enjambre de abejas.

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