Diario de mi caída en la poesía

Por Lucero Arana

Pienso, escribo, borro, nuevamente escribo; tomo mis medicamentos… Son las 3:00 de la madrugada de un domingo extinto, lejano, de aquellos años de juventud en los que podía tomar un repertorio de pastillas con vino mientras leía poemas de Rimbaud y escuchaba Exit Music de Radiohead. Tengo veintiocho años y aún escribo poesía.

En seis meses cumplo veintinueve; y son en estas fechas donde entro en una crisis caótica. Tengo veintiocho años, y sí, escribo poesía y nadie me conoce. La verdad es que nunca pensé que llegaría a esta edad. Pensaba morir a los veintisiete desde los once años, alguna muerte digna de esa edad, una muerte acompañada de propósito, legado, entre otras ilusiones mías. Al final, no pasó nada de eso; sin embargo, me siento orgullosa de superar el umbral de los veintes.

Leyendo, indagando un poco sobre la edad, me detuve y pensé: ¿Qué pasa luego de los veinticinco? Básicamente la Psicología dice que es en esta edad donde la corteza prefrontal alcanza su plena madurez; ¿qué tan cierto es ello? En el campo poético, yo diría que es a esta edad donde el romanticismo, la excentricidad y el éxtasis ceden su lugar a la frívola y básica realidad. No hay utopías, no hay ornamentos, la existencia es lo que es y los sueños frenéticos de la adolescencia desfallecen inevitablemente para todos.

A partir de esta edad nos damos cuenta que, esencialmente, somos una serie de seudo-artistas pintando sobre un lienzo ya pintado, creyendo que somos únicos y originales, cuando ya todo está escrito y solo queda intercambiar la posición de las palabras y matizar los márgenes con metáforas estilosas.

Escribir después de los veinticinco años requiere fortaleza y temple para soportar el peso de la autocrítica y rechazo personal, saber y aceptar que eres “uno más” y no por ello declinar. Crear versos después de mis veinticinco ha sido sumamente tormentoso, el escribir y borrar constantemente hace que exista un vacío más hondo en mí del que experimenté en mi adolescencia.

Recuerdo cuando gané un premio literario durante la etapa universitaria. Me sentí bien, gané algo de dinero y me comentaron que lo más probable era que me publiquen… el tiempo pasó y el libro nunca se publicó. Despilfarré todo el dinero en un bar bebiendo vino barato. Durante ese año me dediqué a trabajar en áreas que poco o nada tenían que ver con las Letras, (fue un aterrizaje forzoso a mi realidad de poeta). Durante la etapa universitaria presencié superficialidad, mediocridad, egocentrismo y más. Era imposible no terminar empapada de todo ello. Acabé la universidad frustrada y me sentía fracasada. Contacté a algunos amigos que escribían «poesía real» (poesía compartida, no escondida en algún rincón de la PC), sus poemas estaban publicados por editoriales independientes o en publicaciones extranjeras, colmados de premios y becas del Estado. A mí, apenas me podía reconocer mi padre (quizás porque él era al único al que le mostraba mis poemas). Pero seguí escribiendo porque mi vida no encontraba otra razón de ser que esa. A menudo, pienso que la escritura de poesía es para mí solo una excusa de la que me apoyo para librarme del mundo. Librarme de ser docente, librarme de ser un eslabón más del trabajo, librarme de la política, librarme de lo airoso y demás. Mi justificación siempre es la misma: soy poeta, soy escritora … Ahí, en mi soledad, en mis carencias, con una taza de café caliente y un gato negro propiciando el ambiente cálido y lírico, sin críticos, sin público, sin nadie que me desmerezca, ahí es donde pertenezco, ahí es donde soy yo y nadie más que yo.

Pasé alrededor de dos años intentando publicar un poemario, envolviéndome en problemas voluntariamente para tener material del cual escribir, sufriendo, como se supone que deben sufrir los poetas, para alcanzar la iluminación, la flor en el fango, el viaje al final de la noche; y jamás pude ver esa luz. Claramente comencé a dudar si aquellos poemas tenían algún valor literario. Los pocos amigos que tenía me animaban, algún compañero literario comentaba que probablemente tendría que acostumbrarme a la idea de que iba a ser uno de aquellos poetas póstumos o que, en el peor de los casos, nunca nadie leería un demonio de lo que escribiera. Ahora tengo veintiocho años y sigo escribiendo poesía. Aún no me publican y no hay nada que me haga pensar que aquello pasará en un futuro, a menos claro, que me humille por aquí y por allá intentando el favor de algún probable contacto, pero la verdad no estoy dispuesta a ningún tipo de afrenta tan solo por ver mis pensamientos impresos en hojas de papel.

¿Qué es lo que quieren decir algunos poetas y novelistas con que es imposible escribir poesía después de cierta edad? Quizás intentan decirnos que la implacable realidad se te viene encima, que las pasiones desenfrenadas se esfuman y que sin ellas no hay combustible para escribir poesía. El dinero, el trabajo, el compromiso, la desilusión, las presiones sociales de estar siempre en estado de ascendencia, “avanzando”, todo ello constituye una bofetada para el joven poeta. Escribimos pensando que podemos ser mejor que otros y que nuestra tinta en el papel será novedosa, que retorcerá todo el campo literario, pero dicho engaño al final cansa. El hecho es, que tenemos que escribir porque es una necesidad, escribir para plasmar lo que grita el alma, escribir para saciar la sed de poesía, escribir para la belleza y para lo atroz, escribir para sentirnos Dios y para sentirnos miserables. Hay que escribir con un revólver fino cargado sobre la mesa que nos invita a la muerte, y escribir con aquel amor fascinante que nos invita a la vida. Hay que escribir con docenas de somníferos en el bolsillo, por si las fuerzas flaquean y escribir con cánticos alegres familiares sin permitirles que nos quiten esa melancolía, raíz y cimiento de nuestra poesía.

Cuando era pequeña siempre me preguntaba, por qué la mayoría de los escritores, sobre todo poetas, se volvían locos o se suicidaban. Ahora lo entiendo. Este mundo no es para ellos, el poeta, traduce el alma de la vida, y da vida a la voz de su propio corazón; el poeta conoce la gloria de vivir, y conoce la gloria de morir; el poeta posee el alma sensible; el poeta es ensoñación pura y como dijo Pessoa el verdadero soñador jamás despierta…

Son las 4:05 de la madrugada, misma hora en la que nací. Mi gato maúlla súbitamente indicándome que ya es hora de dormir. Aún sigo envenenada y enturbiada por la realidad de mis días, tengo muchas preguntas y pocas respuestas, quizás este monólogo no lo llegue a leer nadie, pero ¿de qué más puedo yo hablar?, ¿qué pueden ser las memorias de un poeta, sino el diario de su caída en la poesía? Yo, que no tengo una vida sosegada, no puedo contar sino los dramas de mi frenesí, de mi arrebato hacia el sentimiento hecho poesía. Unos viven apoyados sobre su corazón, relatando sus dramas amorosos; otros, atentos a la vehemencia del sexo, no saben más que contar las historias de sus experiencias sexuales; yo, en cambio, sufro de una enfermedad sentimental. No puedo contar sino las tragedias de mi querer poético; mi soledad completa, mi vida, y yo misma, completo mi soledad; solitaria perfecta, ese es mi seudónimo; aquella que destierra todo de su corazón; todo, menos la dicha de morir en manos de la poesía.

3 comentarios sobre “Diario de mi caída en la poesía

  1. Tu texto me sorprendió bastante. Está muy bien escrito, tiene ritmo y se siente auténtico. Aunque no suelo leer cosas así, me atrapó desde el inicio. Se nota que tienes talento y estilo propio. Me gustó bastante.
    —conquest

    Me gusta

  2. Tu texto me sorprendió bastante. Está muy bien escrito, tiene ritmo y se siente auténtico. Aunque no suelo leer cosas así, me atrapó desde el inicio. Se nota que tienes talento y estilo propio. Me gustó bastante.
    —conquest

    Me gusta

  3. Hola Lucerito , es increíble tener el privilegio de leer parte de tus memorias emociones y pasión por la poesía ,eres auténtica en mucho sentido desde los poemas cortos que alguna vez compartiste en tu página y personalidad única .Aún no es el fin de todo hay demasiado por continuar la vida nos dará muchas sorpresas pronto y todo el arte/poesía jamás morirá , quedan muchas experiencias más por vivir y poder escribir al respecto ,te admiro mucho que estés aún viva ,eres demasiado increíble y fuerte …keep going !Sería genial tener el honor de continuar leyendo tus pensamientos ,emociones y poemas ./Nṯr di n.k ḥˁˁw, wḏȝw, mrwt m ˁnḫ ḥr mwt 𓋹/

    wenefer@proton.me

    Le gusta a 1 persona

Replica a Wenefer Cancelar la respuesta